Hay lugares que son mucho más que edificios o vitrinas llenas de historia. Hay sitios que, apenas cruzas sus puertas, te cambian. Que te recuerdan de dónde vienes, lo valioso de tus raíces y lo poderoso que puede ser un país cuando honra su pasado para construir su futuro. Uno de esos lugares está en el corazón de Chapultepec: el Museo Nacional de Antropología (MNA), y este 2025, el mundo ha vuelto a mirar hacia él con admiración.
El Premio Princesa de Asturias de la Concordia 2025 ha sido otorgado al MNA, uno de los galardones internacionales más prestigiosos y emotivos. ¿La razón? Su compromiso inquebrantable con la preservación del patrimonio cultural, la diversidad étnica y la defensa de los derechos humanos de los pueblos originarios.
Un orgullo que trasciende fronteras
Este reconocimiento, que anteriormente ha sido concedido a personalidades e instituciones como la Cruz Roja, Stephen Hawking, y el Museo del Holocausto en Israel, no solo coloca al MNA en una liga global de excelencia cultural. También nos recuerda que México tiene algo que enseñar al mundo: cómo honrar la historia sin dejar de caminar hacia adelante.
La Fundación Princesa de Asturias explicó que eligieron al MNA por ser “un emblema de la historia de los pueblos originarios de México y de su legado cultural milenario”. En otras palabras: porque representa la dignidad, el arte y la sabiduría de los primeros mexicanos, y lo hace con belleza, profundidad y una pedagogía accesible a todos.
Más que un museo, un símbolo nacional
Desde su inauguración en 1964, el Museo Nacional de Antropología ha sido un faro cultural para México y Latinoamérica. Su colección es vasta y única: más de 7,700 piezas arqueológicas y 5,700 objetos etnográficos que cuentan la historia de las civilizaciones que florecieron en nuestro territorio.
Ahí están la imponente Piedra del Sol, la enigmática Máscara de Pakal, las majestuosas esculturas olmecas, los códices, las urnas, los instrumentos musicales y textiles que siguen hablando con fuerza sobre la grandeza de un pasado que no es estático, sino vivo y palpitante en cada comunidad indígena que hoy resiste y florece.
Un recorrido por la memoria viva
El MNA no es un museo de cosas viejas. Es una invitación a ver el presente con otros ojos. Cada sala está dedicada a una cultura originaria diferente: mexicas, mayas, teotihuacanos, zapotecos, huicholes, yaquis, tzotziles, y muchas más.
No solo se observan objetos. Se escucha la cosmovisión, se descubre cómo esas civilizaciones entendían el universo, la muerte, la naturaleza, el arte, la guerra, la astronomía, la espiritualidad. La experiencia cambia a cada visitante porque no se trata de datos, sino de una conexión emocional con lo que somos.
No es casualidad que el MNA sea el museo más visitado de México y uno de los más concurridos de América Latina, con más de 2.5 millones de visitantes anuales, entre locales, escolares y turistas de todo el mundo.
Una joya arquitectónica
Diseñado por el visionario arquitecto Pedro Ramírez Vázquez, el edificio es en sí una declaración de identidad nacional. Su famosa columna-paraguas de concreto que resguarda el patio central no solo es una proeza técnica, también es un símbolo de protección, de resistencia y de unidad.
Recorrer sus salas, jardines, estanques y pasillos es también una lección de arquitectura moderna, donde el espacio respeta al contenido y lo exalta. Todo está pensado para que el visitante no solo mire, sino sienta.
Concordia, una palabra que importa
El Premio Princesa de Asturias de la Concordia reconoce a quienes trabajan por la paz, la igualdad y la convivencia entre pueblos y culturas. Que este galardón se le otorgue al MNA en este momento histórico tiene un profundo significado: en un mundo donde se levantan muros, México abre puertas con su cultura.
Este premio es también una señal de que la defensa de los derechos culturales no es un acto del pasado, sino una urgencia del presente. El MNA ha sido clave para visibilizar las voces indígenas, para que sus saberes no sean exóticos, sino parte de la narrativa nacional.
Un orgullo compartido
Este reconocimiento no es solo del MNA, sino de todos los mexicanos. De quienes han visitado el museo en sus excursiones escolares, de los abuelos que reconocen en sus vitrinas una parte de su linaje, de los arqueólogos, antropólogos y trabajadores que han hecho posible su grandeza.
También es un premio para los pueblos originarios que, con sabiduría y dignidad, siguen custodiando sus lenguas, sus rituales, sus bordados y danzas. Para ellos, este museo es una plataforma y un espejo.