Gran Hotel de la Ciudad de México: el esplendor intacto de un ícono del lujo histórico

Más que un hotel, un símbolo. En el corazón del Centro Histórico de la capital mexicana, este edificio centenario guarda el alma de una ciudad que apostó por la modernidad y el refinamiento desde el siglo XIX. Del Centro Mercantil al lujo atemporal, su historia es un espejo del México elegante, ambicioso y visionario.

En el corazón palpitante del Centro Histórico de la Ciudad de México, justo a unos pasos del Zócalo, se erige una joya que, más allá de su fachada majestuosa y su célebre vitral art nouveau, resguarda una historia fascinante: la del antiguo Centro Mercantil, hoy Gran Hotel de la Ciudad de México. Este edificio, inaugurado el 2 de septiembre de 1899, marcó un antes y un después en la historia urbana y comercial del país.

En sus inicios, el Centro Mercantil fue concebido como el primer gran almacén departamental del país, inspirado en las tiendas de lujo parisinas como Au Bon Marché y Galeries Lafayette. Su construcción, encabezada por los ingenieros Daniel Garza y Gonzalo Garita, fue revolucionaria: por primera vez se aplicaban en México los principios del diseño art nouveau, con una estructura metálica, amplios espacios y una estética elegante que deslumbró a la alta sociedad porfiriana.

El terreno donde se levantó el edificio ya tenía un linaje histórico: fue propiedad de Rodrigo de Albornoz, contador real de la Nueva España. Pero el proyecto del empresario Sebastián Robert lo transformó radicalmente. Su visión era clara: traer al México de finales del siglo XIX una experiencia comercial como la que triunfaba en las grandes capitales del mundo. Y lo logró.

Cada detalle del Centro Mercantil fue pensado para provocar admiración. Desde su gran escalera monumental hasta los estantes de finas maderas talladas, pasando por su amplio hall iluminado por vitrinas comerciales, todo en él invitaba no solo a comprar, sino a vivir una experiencia estética. Las mercancías estaban ordenadas por departamentos: telas de importación, prendas exclusivas, mobiliario refinado… todo dispuesto con una lógica moderna que transformó la experiencia de compra en una experiencia social.

En 1906, el empresario José de Teresa cuñado de la primera dama y uno de los inversionistas del proyecto encargó a Francia un vitral de dimensiones colosales. El autor fue Jacques Gruber, uno de los máximos exponentes del art nouveau europeo. El resultado fue una pieza que hoy sigue siendo uno de los tres vitrales más grandes del mundo y un referente de elegancia arquitectónica.

El propio Porfirio Díaz, entonces presidente de México, regaló al lugar un candil de cristales estilo Luis XV, gesto que reafirmó la estrecha relación entre el poder político y el auge empresarial de aquella época. Aquel 2 de septiembre de 1899, El Imparcial escribió sobre la inauguración, destacando la asistencia de “las familias más distinguidas y respetables de la buena sociedad”. Fue un evento de alta sociedad, digno del esplendor del porfiriato.

Sin embargo, con el paso del tiempo, los cambios sociales, las nuevas formas de comercio y la propia evolución de la ciudad llevaron al declive del Centro Mercantil. En 1958 cerró sus puertas como tienda departamental. Pero su historia no terminó ahí: gracias a su sólida estructura de hierro y concreto, se convirtió en hotel. Primero como Howard Johnson, en 1968, año de los Juegos Olímpicos, y luego, tras una ambiciosa remodelación en 2003, renació como Gran Hotel de la Ciudad de México.

Hoy, el hotel no solo conserva la esencia del antiguo Centro Mercantil, sino que la ha potenciado con una propuesta de hospitalidad que combina historia, lujo y exclusividad. Con solo 60 habitaciones, ofrece una experiencia íntima y personalizada, donde el arte, el diseño y el servicio de alto nivel se funden con la memoria de una época gloriosa.

Caminar por sus pasillos es viajar en el tiempo. Sus elevadores OTIS segundo y tercero instalados en el país después del del Palacio Nacional, su mobiliario clásico, sus balcones con vista al Zócalo y, por supuesto, el gran vitral que cubre el patio central, hacen del Gran Hotel un sitio que no solo hospeda, sino que seduce. Ha sido escenario de películas, series, eventos privados y encuentros diplomáticos. Pero sobre todo, ha sido el refugio de quienes buscan alojarse en un lugar con alma.

Hoy, el Gran Hotel es un testimonio vivo del México que aspiraba a lo más alto. En un país que miraba a Europa con admiración pero con ambición propia, este edificio fue símbolo de modernidad, lujo y visión empresarial. Y lo sigue siendo.

Convertido en uno de los hoteles más emblemáticos del continente, el Gran Hotel de la Ciudad de México es, en esencia, una obra de arte que late con fuerza en el corazón de una ciudad que nunca dejó de reinventarse.

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